Mal pagados y maltratados por muchos clientes iracundos, buena parte de los teleoperadores trabaja con el miedo en el cuerpo: si lo hacen mal, su contrato basura puede acabar en la ídem. Y hacerlo mal, para sus patronos, significa ser excesivamente transparentes sobre los servicios que ofertan y admitir demasiadas veces que sus empresas cometen… (digámoslo eufemísticamente) errores.
Si nos cuentan toda la verdad sobre lo que venden, las contrataciones bajan porque nos dan a conocer el contenido de la letra pequeña que disimulan en los anuncios. Y si aceptan que tenemos razón cuando planteamos nuestras sospechas de facturaciones incorrectas, potencian que no paremos de reclamar hasta que anulen los cargos.
La jornada laboral del teleoperador debe ser dura. Pero eso no justifica que algunos, muchos, demasiados, no sé si atreverme a escribir que la mayoría de los que trabajan en compañías de telecomunicaciones (venga, ya lo he hecho), acaben prestándose a engañarnos para que nos saquen un dinero que no nos sobra o cerrarnos la boca cuando pedimos recuperar lo que es nuestro. No todo vale para mantener un puesto de trabajo.
Pero las grandes corporaciones saben que muchas personas están dispuestas a hacer casi cualquier cosa por sacar a sus familias adelante. Son las mismas que potencian reformas laborales que les permitan explotar a los trabajadores con jornadas eternas, salarios miserables y barra libre de despidos. Porque así pueden multiplicar sus beneficios y minimizar la capacidad crítica de la clase obrera, atemorizada y a menudo incapaz de negarse a engañar a un igual, ése que está al otro lado del teléfono preguntando por una oferta o quejándose de un fraude.
Así que una vez contextualizados los odiados servicios de (des)atención al cliente en este chantaje al que nos somete el maravilloso sistema capitalista, recordemos cuál es la primera regla que muchas compañías tatúan a fuego en la cabeza de sus teleoperadores: “el cliente nunca tiene razón”.
La segunda regla de muchos servicios de atención al cliente es que “no existen los servicios de atención al cliente”. Son departamentos comerciales, cuya misión principal es aprovechar nuestras llamadas para vendernos más servicios y donde nos pretenden convencer de que si algo ha ido mal, ha sido por un error nuestro; que si pagamos demasiado es porque elegimos mal la tarifa; que si estamos sin conexión a Internet es porque nuestro equipo se ha averiado; que si la oferta contratada es más cara de los que nos informaron es porque no escuchamos bien al teleoperador; que si no nos han dado de baja un servicio es porque nunca pedimos la baja.
La tercera regla del club de la lucha es… Ay perdón, la costumbre. La tercera regla de esos servicios de atención al cliente es que si el que llama para reclamar conoce la ley, se le dice que esa ley ya no está en vigor; y si insiste, se le ofrece una respuesta digna del juez Dredd: “nosotros tenemos nuestras propias leyes” (una vez llamé a Yoigo para pedir que liberaran mi móvil y se negaron contestándome algo parecido).
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Este texto es uno de los #101fraudes de mi libro DEFIÉNDETE.