Rodar en 3D cuesta en torno a un 30% más. Curiosamente, ver una producción cinematográfica en 3D es un 30% más caro, según el último estudio anual de FACUA. Pero la mayoría de las películas que se proyectan en tres dimensiones no se han rodado en ese formato, sino que se han dimensionalizado en la sala de montaje.
El problema es que a los espectadores muchas veces se nos hace pagar un precio desproporcionadamente más alto por ver una película oscura -las gafas hacen perder un 70% de luz-, donde los personajes parecen figuras recortadas o gráficos pésimamente diseñados por ordenador y cuyos movimientos bruscos marean.
Y eso cuando el efecto 3D se aprecia, porque en ocasiones uno tiene la impresión de que ha entrado en la sala equivocada.
Con el fin de ahorrar costes y estrenar más rápido, muchos estudios deciden que para qué rodar en 3D o perder el tiempo durante meses tratando por ordenador cada plano cuando hay un software que en unas cuantas semanas dimensionaliza la película.
El problema es que esos programas informáticos actúan con un patrón de uniformidad, por lo que sea cual sea la secuencia y quién o qué aparezca en ella, el efecto es el mismo.
Siempre se pueden seleccionar momentos del filme donde trabajarse más el 3D, pero evidentemente, el resultado global no es ni de lejos el mismo que si se rueda en ese formato o se trabaja con la laboriosidad que merece un público al que se va a cobrar un precio nada barato.
En España el 66% de los cines ya proyectan películas en 3D. Verlas -a veces sufrirlas- un día laborable cuesta una media de 9,21 euros, frente a los 7,08 euros del resto de filmes.
El importe de las entradas de las películas en 3D ha subido un 5% con respecto a los 8,80 euros que se cobraban de media en 2011. El aumento ha sido menos acusado que el de las proyecciones planas, que este septiembre se habían encarecido una media del 9% con respecto a los 6,52 euros del diciembre pasado.
En las salas más caras, el 3D llega a alcanzar hasta los 11,60 euros en días laborables y 11,70 en fines de semana y festivos.
Las entradas siguen subiendo sus precios gracias tanto al afán de aumentar ganancias de distribuidoras y exhibidoras que parecen no estar sufriendo la crisis de la que tanto se quejan como al brutal aumento de impuestos aprobado por un Gobierno que ha decidido atacar a la cultura quitando al cine el IVA reducido, por lo que ha pasado del 7 al 21%.
Muchos espectadores están renunciando a ir a las salas por sus elevados precios. Hay quien sigue acudiendo, aunque la frecuencia que su devaluado poder adquisitivo le permite.
Mientras, el sector parece empeñado en espantar clientes con subidas desproporcionadas y prácticas tan abusivas como esas películas en cu3D que se suman a las que tradicionalmente comete una parte del sector: salas formato caja de cerillas, primeras filas extremadamente cerca de la pantalla y aislamientos acústicos tan malos que nos hacen oír la película de la sala contigua o a los consumidores que deambulan por el centro comercial.
Y no hay que olvidar cómo muchos empresarios de la exhibición buscan aumentar beneficios contando con un personal tan reducido que impide que se limpie entre sesión y sesión y obliga a los espectadores a tener que avisar cuando se produce una avería y la película se para, se queda sin sonido o imagen o su calidad es deficiente.
Cosas que llevan al espectador más fiel a preguntarse: ¿qué he hecho yo para merecer esto?