El alcalde de Málaga asegura que se lava con menos de quince litros de agua, todo un récord. «Tengo fama de ser el que se ducha más rápido en casa», ha presumido Francisco de la Torre durante una ponencia en el Fórum Europa, para provocar la admiración de propios y extraños.
El regidor ha hecho el cálculo provisto de un barreño, una botella de litro y medio para medir el gasto y su señora cronómetro en mano para calcular cuántos minutos está abierta la ducha. El dato del tiempo no ha trascendido, quién sabe si porque es una exclusiva pactada con la revista Nature, o quizás con National Geographic.
Y por si alguien se atreve a poner en duda la marca personal del alcalde, éste se ha mostrado dispuesto a repetir «ante notario» su proeza, digna sin duda de figurar en el Libro Guinness, en su sección fantasmadas de políticos rarunos.
La historia puede quedarse en otra anécdota para sumar a la lista de vivencias personales narradas, rozando el esperpento, por políticos de la talla de la también malagueña Celia Villalobos, famosa por sus caldos a base de huesos de cerdo. O Miguel Arias Cañete, degustador de yogures caducados que igual ahorra más que De la Torre en sus duchas, ya que las toma con agua fría.
Pero el asunto es para tomárselo en serio. Una de las estrategias del manual del político demagogo es ir de campechano por la vida. El lavado del gato del alcalde es su forma de insultar a los ciudadanos instándoles a reducir el consumo de agua a la mínima expresión para asumir una excesiva e injustificada subida de tarifas.
Y lo que los usuarios no alcanzan a entender es cómo puede ponerse en marcha un sistema tarifario, en teoría basado en fomentar el ahorro, con el que se acaba penalizando a quienes no despilfarran con subidas de hasta el 28%.
Para convencer de las bondades de las nuevas tarifas, el alcalde ha inventado que las propias asociaciones de consumidores las apoyan y ha lanzado a sus huestes a soltar ese bulo en los medios de comunicación. La concejala e irresponsable de redes sociales del PP Andaluz, María Victoria Romero, ha llegado incluso a explicar en Twitter que FACUA está loca de contenta con que los malagueños vean hinchados sus recibos de agua. Y ello meses después de que la asociación hubiera solicitado al gobierno municipal que paralizase la aplicación de las tarifas.
Tras el cuento del apoyo ciudadano, el Ayuntamiento ha pasado a la fase de aportar estudios un tanto sui géneris que pretenden demostrar que no se ha producido la subida denunciada. Una historia que sólo colaría si los malagueños tirasen los sobres con sus facturas sin abrirlos y no mirasen los abultados cargos efectuados por la suministradora en sus cuentas bancarias.
La historia cobra una especial relevancia en el ámbito nacional porque son cada vez más los gobiernos municipales, o grupos de la oposición, que valoran o reclaman la puesta en marcha de tarifas de agua que facturen en función del consumo de cada uno de los habitantes de la vivienda. Es lo que se ha hecho en Málaga, imitando, aunque con malas artes, la primera experiencia que se puso en marcha en el país hace unos años, en Sevilla.
El peligro que corren los ciudadanos es que al implantarse un sistema más justo y necesario, que en teoría pretende penalizar el consumo y premiar el ahorro, se apliquen subidas encubiertas.
La historia se repite. Primero nos presentaron la liberalización de las gasolinas, las telecomunicaciones, el gas y la electricidad como la forma de fomentar la competencia y con ella bajadas de tarifas. Después nos dijeron que ante las inevitables subidas no nos queda otra que consumir menos mientras los oligopolios que fijan los precios ganan miles de millones anuales. Ahora, un alcalde quiere meterse en la ducha con un notario para aleccionarnos sobre cómo debemos lavarnos en tiempos de crisis, mientras el gerente de su empresa de aguas gana más de 125.000 euros al año.